jueves, 29 de marzo de 2018

¿Pasión o folclore?



Hoy empezamos con la pasión. Aunque algunos dicen que es la de Cristo, yo me atrevo a afirmar que también es la de las corbatas y los trajes de chaqueta, de las mantillas y las peinetas, la de las torrijas y los buñuelos. De las cañas al mediodía, del vino blanco, también del tinto, el bacalao rebozao y cuatro croquetas. La del potaje, los garbanzos, los costaleros y las cornetas. Es la pasión, que se note manque pierda...


Y así, todos enfervorizados. La primera, la cuatro y la sexta. La una con el Cristo de los gitanos, la otra con la Macarena, y la de más allá con la Cristo de los legionarios. Que si el fervor de la ministra, que bien canta el himno, que cómo se nota. Y mientras tanto, un chorro de apóstatas y republicanos también se apuntan a la fiesta ataviados de capuz, túnica y escapulario, que a pesar de anticlericales, no faltan al guateque como anónimos mercenarios. No se fíen de las apariencias, ni de las que se estilan en las capillas, ni de las de los centros okupados, que la fe va con todos, Dios mediante.


Si a todo ello le añadimos lo muchos que se despachan algunos en las redes sociales con todo tipo de consignas y vendavales (¿desde donde dice usted que soplan esos aires...?), la polémica está servida. ¡¿Qué más dan saetas, procesiones o banderas a media asta si lo que nos gusta es el folclore, los dimes y diretes, la España de las mil facetas?!


Así que, para cerrar esta semana pasional (y breve, ya saben que disfruto de mis vacaciones) no podía dejar pasar La entrada de Cristo en Bruselas, un libro de Andrea Antinori (Libros del Zorro Rojo) que, tomando como excusa la obra homónima de James Ensor (1889), uno de los precursores del expresionismo, se interna en un desfile disparatado de personajes que dan la bienvenida al redentor a esta ciudad. Una procesión en toda regla que, de forma surrealista, estrambótica, crítica y muy colorida, acerca al lector a las celebraciones culturales que en torno a la vida y pasión del Cristo se llevan a cabo en media Europa durante estos días.


James Ensor

Haciendo alusión a la entrada de Cristo en Jerusalén que el pintor belga descontextualizó temporal (pleno siglo XIX) y espacialmente (Ensor prefirió alejarse de Oriente próximo), Antinori explora toda una suerte de personajes (incluidos la muerte y "El hijo del hombre" de Magritte) que, de forma peculiar, deciden hacer el más disparatado recibimiento al mayor icono del cristianismo, lo que desemboca en una mordaz sátira en la que parodia y sinsentido son las claves para poner en tela de juicio la importancia de la religión en nuestras vidas.
Es por ello que después de echarle un ojo a este honesto álbum les animo a responder la siguiente pregunta: ¿Acaso religión es sinónimo de postureo? Piénsenlo en estos días de pasión, sea esta del origen que sea.



viernes, 23 de marzo de 2018

Hablando de LIJ con... Pep Bruno



Ilustración de Adolfo Serra

Román Belmonte (R.B.): Mis monstruos están muy contentos de tenerte aquí, más que nada porque es la primera vez que nos visita un narrador oral. Me creo en el deber de preguntarte, ¿qué te llevo a esta profesión tan sacrificada?
Pep Bruno (P.B.): Cuando uno conversa con colegas de oficio se da cuenta de que cada uno, cada una, llegó por un camino propio a la profesión. Contar cuentos es algo que todo el mundo puede (y debería) hacer, pero vivir de ello es algo más complicado: uno tiene la sospecha de que son los cuentos quienes deciden en qué garganta se acomodan para ser contados.
En mi caso hubo varios motivos que se juntaron y acabaron empujándome a la escena y la palabra dicha, pero fundamentalmente dos: el gusto por las historias (por leerlas, por escribirlas, por escucharlas, por contarlas) y vivir en Guadalajara, una ciudad de cuento donde la narración oral es muy reconocida y disfruta de gran predicamento.
En cuanto a si es una profesión “tan sacrificada”, sí, es verdad que tenemos que viajar mucho, es verdad que andas todo el día buscando nuevos cuentos para contar, es verdad que eres tu propio administrativo, secretario, gestor, es verdad que cada día con un público nuevo es como si tuvieras que volver a pasar un examen final… pero también es verdad que este es un oficio con muchas gratificaciones que compensan (desde mi punto de vista, con creces) los momentos más duros.
R.B.: Con tantos países, festivales, bibliotecas y centros de enseñanza a tus espaldas, ¿qué consejos darías a los recientemente iniciados en este arte de la transmisión oral?
P.B.: Hay muchas elementos que entran en juego a la hora de contar cuentos para un público, pero quizás haya uno que resulte fundamental: la honestidad. Contar desde la verdad que uno es, articular la historia desde la propia voz, ser consciente de dónde se está. Ser honesto a la hora de contar historias es tener mucho camino recorrido ya de partida.


R.B.: Su/s antología/s de cuentos favorita/s es/son...
P.B.: Hay muchas, claro, te cito algunas, las que primero me vienen a la cabeza ahora: los Cuentos al amor de la lumbre, selección y revisión de Antonio Rodríguez Almodóvar, en Anaya; El círculo de los mentirosos, selección de Jean Claude Carrière, en Lumen; Los cuentos de Ahigal, recogidos por José María Domínguez, en Palabras del Candil; los Cuentos populares albaneses, seleccionados y traducidos por Ramón Sánchez Lizarralde, en Miraguano; los Cuentos de la madre Muerte, seleccionados por Ana Cristina Herreros, en Siruela (bueno, en realidad la colección completa de Cuentos Populares de Siruela es una joya); Cuentos de los hermanos Grimm para toda las edades, adaptados por Philip Pullman, en B de Block; de verdad que podría seguir un rato largo. Y estos son sólo los cuentos de tradición oral. Si entramos en las colecciones de cuentos de autor también tengo para un rato largo.
R.B.: ¿Tienes algún cuento favorito o uno que cuentes mucho? ¿Por qué?
P.B.: Más que un cuento favorito tengo muchos cuentos favoritos y, sobre todo, tengo algunos cuentos favoritos ahora. Es decir, hay temporadas que parece que sólo quisieras contar unos cuentos y dejar descansar otros. Ahora mismo ando muy feliz con una selección de cuentos del Decamerón que cuento en “Viejos cuentos de nuevo” y algunos cuentos populares que he empezado a contar a niños y niñas de primaria como “Los tres pelos del Diablo”. Pero insisto, es como una relación amorosa, ahora estamos muy felices juntos pero puede que la llama de la pasión se agote y que luego, más adelante, vuelva a brillar intensamente. Aun así sí es verdad que tengo algunos cuentos con los que, más que una relación pasional, tengo una convivencia apacible como de matrimonio de años, cuentos que bien puedo haber contado más de mil quinientas veces; entre estos hay alguno que me acompaña desde el primer día que conté.



R.B.: Tradicionalmente, las historias, los cuentos, han sido transmitidos por personas cualesquiera que sólo utilizaban la palabra para que el mensaje llegara a los demás, ¿no crees que en ocasiones muchos narradores orales abusan de la teatralidad?
P.B.: En estos casi 25 años de oficio, en festivales de aquí y de allá, en escenarios como el Maratón de los Cuentos de Guadalajara… he visto y escuchado a muchos colegas de oficio, narradores y narradoras que contaban de maneras muy diversas: con mucha teatralidad y sin nada de ella; ceñidos al texto o volando con él; utilizando vestuario, objetos, libros, música… o nada de todo esto; contando solos o en grupo; poniendo voces muy diversas o utilizando un único registro… Es decir, hay mucha variedad y, con el paso de los años, aunque tengo bastante claro qué tipo de cuentista y qué estilo de contar me enamora más, también valoro a quien es capaz de engañarme desde su propia propuesta, de hacerme disfrutar de una historia incluso cuando la cuenta de la manera más opuesta a como lo haría yo. Porque en realidad se trata de eso: de quedar atrapado en la historia, de que me crea lo que escucho, de que, utilice los recursos que utilice, todo sea a favor de la historia (y no hay elementos artificiosos o forzados que me hagan salir de la historia).
R.B.: En este lugar de monstruos es inevitable hablar de didactismo... ¿Prefieres que los cuentos enseñen o entretengan?
P.B.: Los cuentos tienen, entre otros muchos valores (o funciones, o razones de ser), el de educar deleitando. El cuento siempre tiene una idea del mundo, siempre presenta una escala de valores, y al mismo tiempo siempre tiene una historia que te atrapa, te encandila, te entretiene. El equilibro entre estos dos aspectos es fundamental: si se cargan las tintas en uno de ellos podemos pasar del cuento a la perorata o del cuento al chiste.
En cuanto al entretenimiento te diré que, desde mi punto de vista, lo importante es que el cuento sea una buena historia, que te atrape desde el principio, que te enamoren sus personajes, que su ritmo no te deje escapar, que resulte coherente y verosímil, que esté bien resuelta… y todo esto ya lleva implícita su manera de ver el mundo, de pensarlo, de pensarnos.
Y en cuanto al didactismo yo lo resumiría de una manera muy sencilla: me gustan los cuentos que me generan preguntas mucho más que los que me dan respuestas.


Ilustración de Cecilia Moreno

R.B.: Si no me equivoco, en tu repertorio cuentas con sesiones para un público adulto y otras para otro más infantil. ¿Por qué esta diferenciación? ¿Acaso la narración oral no era para todos los públicos en sus inicios?
P.B.: Los cuentos son para todas las edades, de eso no hay duda, pero al separar repertorios para públicos más homogéneos tienes posibilidad de mejorar la selección de cuentos y la propuesta narrativa. De esta manera puedo elegir cuentos cercanos a los centros de interés y a la capacidad de escucha del público. Un ejemplo muy sencillo: un niño de 2 años puede escuchar entre 15 y 30 minutos y un adulto puede escuchar una hora y media sin problema, eso ya te permite que puedas contar cuentos largos (de una hora, por ejemplo) si el público es joven o adulto, pero podría ser un desastre si contara un cuento de una hora a un público de dos años. Esto es un caso extremo, pero, por ejemplo, yo diferencio entre los cuentos que cuento para 2º de ESO y los que cuento para 3º de ESO, o los que cuento para 3 años y los que cuento para 4. Con los años he ido aprendiendo y conociendo a los distintos públicos y eso me permite afinar en el repertorio elegido para contar.
Esto no significa que yo vaya buscando cuentos para tal o cual edad: yo busco buenos cuentos para contar y luego, una vez preparados, los cuento al público al que, creo, puede interesar más. A veces tengo cuentos que cuento a todas las edades, a veces sólo a un tramo, a veces sólo a uno o dos años… voy probando, voy afinando, voy aprendiendo.
También es un error generalizar: los centros de interés no vienen sólo determinados por la edad, o a veces en una una misma edad hay una horquilla muy amplia de centros de interés (por ejemplo, pueden variar mucho y ser muy distintos entre un niño y una niña de 13 años), igual que hay centros de interés propios de cada chaval. Todo esto te orienta y te ayuda para ir contando y ajustando cuentos y público.
Y todo lo dicho no excluye que haya funciones familiares (o funciones con públicos de edades muy diversas) con cuentos muy variados que interesan a todo el público (adulto e infantil), funciones en las que también cuentas con textos que manejan distintos planos de interpretación y en los que puede ocurrir que en un momento se rían los niños, en otro momento los adultos, en otro momento todos.


R.B.: En muchas ocasiones y desde diferentes plataformas se ha hablado de la censura sobre a Literatura Infantil y Juvenil, es por ello que me creo en el deber de preguntarte, ¿crees que es más difícil la censura en la parcela de la narración oral al ser un medio más inmediato o hay otros mecanismos para evitar la escucha aparte de tapar las orejas de los oyentes?
P.B.: A veces pienso que uno de los motivos por los que la narración oral sigue siendo una propuesta artística no muy difundida, no muy conocida, es porque no tenemos guion. Me explico. Tú programas un monólogo teatral y sabes qué va a contar ese actor, esa actriz, pero tú llevas a un narrador y él te puede decir qué cuentos contará (y muchas veces sólo más o menos) pero no qué dirá: porque el narrador elabora el discurso en el momento, y ese cuento no se sostiene en un monólogo, se sostiene en un diálogo continuo con el público en el que el contexto juega también un papel muy importante, así, puede ocurrir que una noticia que acabe de conocerse de pronto aparezca en el espectáculo, igual que cualquier cosa que ocurra durante la función (un móvil que suena, una puerta que se abre inesperadamente, alguien que se ríe escandalosamente…) también puede ser incorporada. Y esta incertidumbre, en muchos casos, no gusta a quienes programan o a quienes mandan.
Por lo tanto sí, es más difícil censurar a un narrador, a una narradora, especialmente una vez que está contando frente al público, aunque sí puede haber una censura posterior (conozco casos de narradores vetados que no han vuelto a contar a algún lugar).
De todas maneras hay dos cosas importantes que se deben señalar aquí: por un lado la gente va a escuchar historias, no arengas, por lo tanto puede haber algunas referencias al contexto, a lo que sucede (y nos sucede) en el día a día, pero la gente quiere historias, buenas historias, que sucedan en espacios de ficción, que les hagan pasar un buen rato y que les nutran, y no pegotes (didácticos, críticos, soflamáticos…) metidos con calzador aquí y allá entorpeciendo una buena historia.
Y la segunda cosa es que habría que diferenciar en cuanto a una censura vertical, aplicada desde arriba, de la que actualmente se dan pocos casos (al menos, que yo sepa, en nuestro oficio), y una censura horizontal, cada vez más presente en nuestra sociedad, que incluso llega a convertirse en una propia autocensura (a la hora de elegir cuentos, de contarlos, etc.). En ambos casos creo que una de las funciones del profesional de la narración oral es la de tener una mirada reflexiva, la de ser voz crítica, y por lo tanto la de ser en (y promover) espacios de absoluta libertad.



R.B.: ¿Alguna vez has sentido la censura en tus propias carnes? ¿Nos podrías contar alguna anécdota censora?
P.B.: No, al menos que yo recuerde ahora. Lo más parecido fue una queja que una persona registró en un ayuntamiento tras haberme escuchado contar. Desde el ayuntamiento me pidieron que contestara a la queja y que argumentara mi respuesta. Una vez entregado mi escrito se desestimó la queja. Con posterioridad he vuelto a trabajar en varias ocasiones en ese municipio.
R.B.: Cambiando de tercio, nos toca hablar de libros y lectura... ¿Se puede realmente transcribir la tradición oral? ¿Le hacen justicia los libros a los cuentos?
P.B.: Es un tema apasionante. La transcripción literal puede resultar un completo desastre: textos feos de leer que, además, apenas son una parte de lo contado (pues faltan referencias a elementos como la prosodia, los gestos, el contexto, la respiración del público…), por lo tanto suele ser conveniente trabajar un poco con ellos, pero también es fácil que ocurra que en el proceso de reescritura estos cuentos recogidos del ámbito de la oralidad puedan perder mucho de su valor.
Son lenguajes distintos el oral y el escrito, y para pasar de uno a otro hemos de hacer una especie de traducción (en un sentido o en otro). Los buenos “traductores” consiguen que haya cuentos literarios que se disfrutan contados (y escuchados) y cuentos orales que se disfrutan leídos. Y para eso, como para todo en esta vida, hay que saber. Para mí un ejemplo clarísimo es la colección de Los cuentos de Ahigal, una verdadera joya en la que los textos orales mantienen mucha de su frescura a pesar de haber sido pasados al lenguaje escrito.


Ilustración de Alberto Gamón

R.B.: Aparte de constituir una patria compartida de la imaginación, ¿qué tiene la narración oral que no tiene la lectura y viceversa?
P.B.: Quizás la diferencia fundamental es que la lectura suele ser un acto solitario (salvo algunas excepciones) y la narración oral siempre tiene que ser un acto compartido. Por lo tanto en la narración oral siempre hay otro, otra, siempre hay alguien que te mira y que está contigo viajando a lomos de esa historia que cuentas.
R.B.: En la última década las editoriales del gremio apostaron por el trabajo de los narradores orales a la hora de la producción escrita, ¿a qué crees que se debió esta sinergia entre cuentacuentos y libros infantiles?
P.B.: A mí me gusta pensar que, en general, los cuentistas conocemos bien el cuento y es para nosotros algo habitual contar historias con estructuras (orales) que llevan funcionan siglos. Por lo tanto, a la hora de escribir historias, manejamos (de manera natural) unos recursos que nos facilitan mucho la tarea. Por esta misma razón también ocurre que muchos de los cuentos que escribimos resultan sencillos de contar o de leer en voz alta (en mi caso hay ejemplos muy evidentes, como La cabra boba o La noche de los cambios), y eso siempre resulta atractivo para editoriales que quieren llegar a profesorado, bibliotecarias, familias… con ganas de leer y contar historias.
Por otro lado hay compañeros que dicen que escriben los cuentos que no encuentran para contar (y que les apetecería contar), y si los textos resultan de interés para una editorial ¿qué más da que el autor sea cuentista o no?, si es un buen cuento, adelante, se publica.


R.B.: Pisa algún charco, hombre: ¿Qué opinas del negocio de la LIJ?
P.B.: El libro (ya sea LIJ o no) se mueve entre dos ámbitos muy diferenciados, el de la cultura y el del mercado. Lo deseable sería que hubiera un equilibrio entre esos dos territorios, porque que los libros sean un “producto” rentable para el mercado permite que se escriban y publiquen nuevos títulos, y eso, evidentemente, es bueno para la cultura. Pero esto no ha de hacernos olvidar que el objetivo ha de ser contar con buenos libros, y para eso es fundamental que las editoriales estén dirigidas por editores (con criterios de cultura), no por comerciales (con criterios de mercado). Es decir, creo que lo que nos tiene que preocupar, fundamentalmente, es que se publiquen libros de calidad, libros nutricios, libros que nos permitan cultivar el pensamiento crítico y la reflexión, libros que nos golpeen, libros que no nos dejen indiferentes, libros escritos dando por hecho que somos lectores y lectoras inteligentes. Y eso, ya sea en el ámbito de la LIJ, ya sea en otros ámbitos de la edición, no siempre ocurre.
R.B.: Parece ser que últimamente los medios orales como la radio están de capa caída y el público prefiere medios donde la comunicación se complemente con lenguajes visuales. Es hora de preguntarle ¿El romanticismo de la narración oral o lo integral de la era digital?
P.B.: Pues no sé qué decirte: no sólo pienso que la radio goza de muy buena salud, sino que creo que está habiendo un auge del podcast y de los audiolibros, por ponerte un par de ejemplos orales. Igual que pienso que esto va a más. Y eso no quita que no sea verdad que hay también mucha pantalla y medios audiovisuales.
De todas maneras tu pregunta creo que va por otros derroteros: me hablas de una narración oral (oralidad primaria) y lo integral en la era digital (audios, podcast, vídeos… es decir, una oralidad secundaria, descontextualizada). Personalmente creo que el progreso no debe significar dejar atrás las cosas buenas que tenemos, y se me ocurren pocas cosas mejores que contar y escuchar cuentos. Yo abogo por la convivencia. Eso sí: del cuento contado se puede abusar (y pasar horas contando y escuchando), del tema de pantallas, ojo, todo esto se está estudiando en la actualidad pero, desde luego, es pura sensatez que haya un control paterno y una limitación de tiempos de uso en la infancia.


Ilustración de Rocío Martínez

R.B.: ¿Qué próximos proyectos le rondan?
P.B.: Del ámbito de la narración, ademas de preparar nuevos cuentos y espectáculos, y además de contar y viajar con mi mochila de cuentos (por España y otros países), en la actualidad estoy enredado en un par de proyectos apasionantes de formación: tengo dos alumnos venidos de Chile, dos narradores que consiguieron una ayuda del Ministerio de Cultura de Chile para pasar cuatro meses formándose conmigo en un proyecto de mentorado. Al mismo tiempo y con mis compañeros de AEDA ultimamos los detalles para la Escuela de verano (la quinta edición ya). Ando también en un par de proyectos, que todavía no puedo contar, relacionados con la formación y la universidad.
Del ámbito de la escritura: ayer terminé de revisar “Los días pequeños”, una especie de novela-mosaico que cuenta con ilustraciones de Daniel Piqueras Fisk y que publicará Narval en mayo. Si todo va bien este año verán la luz otros tres libros más.
Y del ámbito de la lectura: estoy deseando que lleguen los días de vacaciones de Semana Santa para poder leer unos cuantos libros maravillosos que me están esperando en la mesilla de noche.
R.B.: Para decirle adiós ha llegado el momento de jugar, comer y leer... ¿Cuáles son sus juegos, sus platos y sus libros favoritos?
P.B.: Me gusta jugar con el lenguaje (juegos de palabras, dobles sentidos, palabras encadenadas…) aunque también disfruto mucho jugando al ajedrez; también me gustan mucho los juegos de mesa y los tradicionales de calle (entre ellos mi favorito, sin lugar a dudas, el “balón prisionero”, o “matado” que decíamos de niños).
De comidas, mis favoritas el arroz (en cualquiera de sus variedades y posibilidades) y una buena tortilla de patatas con cebolla (como las que hacemos en casa, pocas).
Ufff, libros, ¡hay muchos que me gustan mucho! Te voy a citar sólo alguno.
De mis lecturas de niño recuerdo con mucho cariño El zoo de Pitus, de Sebastiá Sorribas. Y de mis lecturas de joven y adulto intenté hacer un resumen y me quedó ESTA BIO/BIBLIOGRAFÍA.




Pep Bruno (Barcelona, 1971), licenciado en Filología Hispánica (Universidad de Alcalá de Henares) y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (Universidad Complutense de Madrid), y diplomado en Trabajo Social (Universidad Pontificia de Comillas), empezó a contar cuentos de forma profesional en 1994. Cuentos para bebés, público infantil, juvenil y adulto forman un repertorio que ha viajado por toda España y por países como México, Perú, Chile, Argentina, Marruecos, Túnez, Portugal, Grecia o Bélgica. Ha participado en la organización del Maratón de Cuentos de Guadalajara entre 1994-2006 y ha sido miembro del Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de esta misma ciudad en la que reside desde hace muchos años. Imparte cursos, talleres literarios, de creación y de animación a la lectura, así como es autor de numerosos artículos especializados. Desde el 2015 tiene un espacio dedicado a bibliotecas, libros y cuentos en la Radio Castilla-La Mancha. Para conocer más sobre su trabajo sólo tienen que visitar su página web o su blog Por los caminos de la tierra oral

jueves, 22 de marzo de 2018

De niñas y ángeles



Les miento si les digo que el libro de hoy pasa desapercibido. Sin saber que ha ganado un premio Bologna Ragazzi, o entre la multitud de títulos que se pasean por las estanterías, seguro que se fijarían en La mujer de la guarda (Editorial Milenio). Se lo digo yo...


Es un libro diferente, sugerente, inquietante, casi hipnótico y, sobre todo, muy bien pensado. Antes de abrirlo y sólo contemplando la tapa se abren ante nosotros muchas incógnitas, ¿Quién es esa mujer acompañada por un caballo que camina sobre una desolada superficie rocosa? ¿Por qué no cabalga sobre él? ¿Por qué lleva ese tocado? ¿Acaso no tiene cierto aire oriental? ¿A que parece una sacerdotisa? ¿O quizá un ángel?... Luego nos detenemos en el azul cobalto que colorea el pelaje del caballo, que brilla en la tipografía del título, que llena parte del texto interior. Hay algo sosegado en él, sosegado pero también intenso, vívido y peligroso, una llamada de atención hacia el lector que empieza a crearse expectativas con un libro que empieza a fluir desde el primer vistazo.


Abrimos el libro y nos topamos con una estructura diferente de álbum (porque este, lectores, es un álbum). Alejandra Acosta prefiere alejarse de la estructura clásica de este género en el que texto e ilustraciones se alternan o coinciden en la unidad espacial de la página, para condensar todas las ilustraciones en dos grupos de dieciséis páginas que se disponen antes y después del corpus textual, de tal manera que adquieren carácter de guardas (sí, lectores ocho guardas al principio y otras ocho al final), unas guardas con un carácter peritextual más que notable  y que establecen un juego narrativo (prólogo y epílogo), desarrollan una visión propia y personal (ahí están todos... ¿no los ven?), y complementan al texto con una atmósfera envolvente. Una vuelta de tuerca más en el universo natural (botánico y ornitológico sobre todo), onírico y surrealista al que Alejandra Acosta nos acostumbra en otras obras extraordinarias como Del enebro de los hermanos Grimm (publicado por la editorial Jekill & Jill y uno de mis favoritos de esta ilustradora).


Llegamos al texto, una explosión de sabores dulces y amargos, unas sensaciones que destilan la pérdida de la niñez y el encuentro con la muerte (representada por dos mujeres, una real y otra que porta un ojo en la mano), las dos columnas sobre las que descansa esta enriquecedora y sutil narración de Sara Bertrand. Jacinta, la niña que se resiste a crecer, la misma que emulando a la Wendy del capítulo 11 del Peter Pan de Barrie, crea un universo ficticio para arropar a sus hermanos, para disipar el miedo de una nueva realidad familiar en la que el padre se mantiene al margen trabajando noche y día, la estrategia de supervivencia de nuestros días para un dolor atemporal. Sólo un consejo: no se queden ahí, busquen entre la magia de este texto la parte más cálida de un libro dirigido a lectores experimentados como ustedes, porque este libro tiene más capas que una cebolla...


Y en el instante que terminamos el texto, aparecen las últimas imágenes del libro con esa figura femenina que se esconde tras los árboles, en la oscuridad de los rincones, mientras Jacinta, tímida y curiosa, nos contempla como si quisiera centrar nuestra mirada en ella, la verdadera mujer de la guarda.


miércoles, 21 de marzo de 2018

¡Feliz Día de la Poesía!



Miércoles ventoso. El invierno dando sus últimos coletazos. Miro por la ventana y veo crecer las nubes. La tarde amenaza frío, quizá tormenta y marzo se abre camino. Cosas buenas que sólo pasan una vez. La primavera se prepara, pletórica. Creo que empieza lo bueno. Algo brilla en el aire y no son las estrellas. Y ese algo es POESÍA...

Hasta la cucaracha
más furtiva
alguna vez soño
ponerse traje ajustado
de papel brillante,
quebrarse una patita
para ser estrella.

(Sin sospechar que existen
estrellas
tan gustosas
de calzarse unos guantes
de fieltro silencioso
para estirar sus puntas
sin tener que brillar.)

Cecilia Pisos.
En: Esto que brilla en el aire.
Ilustraciones de Ana Pez.
2017. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.




martes, 20 de marzo de 2018

Adultos que fueron jóvenes



Cuando toca evaluación, la fiesta no es pequeña. No sólo porque resulta terapeútico para muchos de los asistentes eso de destripar a todo bicho viviente, sino porque los que acudimos en calidad de espectadores tomamos nota de la miseria reinante...
Algunos se ve que se han tomado a pecho esa tan machacona de Afuera lo malo (¡Qué repelús!). ¿O será que con el nombramiento de funcionario de carrera el machete iba incorporado? El caso es algunos no paran de graznar y todos los trimestres se repiten las mismas escenas, las mismas frases, las mismas escenas... Y yo, que con los años me estoy volviendo cauto, siempre preguntándome (sí, a mí mismo, que soy el único que me entiende): “¿Y estos? ¿Habrán sido jóvenes alguna vez?” Para terminar contestándome con ese chascarrillo que cuenta de vez en cuando el Alfon: “Cuando nació, su madre le pregunto al médico: ¿Qué es, niño o niña? Y el médico le dijo: Plasta.”


Parece ser que conforme nos vamos comprometiendo con el papel que el universo (me pongo poético para la ocasión) nos ha asignado, la cosa se interioriza tanto que pasamos al firmamento de cansinos que, de un modo u otro, nos eternizan las mañanas (de vez en cuando también tardes), recubriendo sus intereses de una tástana de buenas intenciones y empalague impenetrable.
Bocas que se abren (de aburrimiento, of course) y otras que bien podrían cerrarse (que luego entran moscas y salen larvas), el pan de cada día que muchos alumnos callan para dar buena cuenta de su inteligencia... “¿Hablar? ¿Pa' qué? ¿Pa' liarla? Yo ya paso, Román. ¿Alguna vez fueron jóvenes, alocados, irresponsables? ¿O siempre lucieron esa pátina gris, mate y polvorienta?”


Me sonrío y pienso que la experiencia es un grado y el ejemplo otra cosa, y que, probablemente, muchos niños y adolescentes del hoy se sorprenderían si vieran por un agujero a esos que llaman adultos (madres, abuelos, profesores u operarios) del ayer y certificaran que nunca hemos dejado de hacer el canelo a pesar de nuestras responsabilidades (que no compromisos, abomino esa palabra...).


Y como ejemplo de estas percepciones intergeneracionales les dejo con Mi papá ¡Antes era genial! de Keith Negley, autor también del exitoso Tipos duros (también tienen sentimientos), publicado por la editorial Monsa en castellano, un libro que nos habla de las relaciones entre un hijo y su padre. La acción de esta obra se articula sobre dos recursos complementarios. Mientras que el hijo se sincera con el lector, narrando sus impresiones y sentimientos hacia la figura del padre, el espectador contempla la doble página que se presenta como imágenes del padre, toda una suerte de escenas que a modo de antes (recuerdos) y después (realidades actuales) elaboran un debate interno del personaje, ese joven que ha renunciado a ser una estrella del rock para ser padre. El contraste es hermoso, sobre todo porque al final, esos caminos que parecen disyuntos, comienzan a fluir en paralelo, que al fin y al cabo, es lo que deberíamos hacer jóvenes y viejos.


jueves, 15 de marzo de 2018

Dentistas, ¡un clásico!



Es escuchar la palabra "dentista" y me hecho a temblar. Eso de tumbarse en una camilla, de que te digan que abras la boca con total amplitud y que empiecen a guiscarte con esa especie de ganzúa que, además de tacto frío, produce un sonido tan desagradable, me supera. Uno empieza a ponerse nervioso y reza a quien toque para que no le encuentren alguna miseria con la que sacarle los cuartos (aún no he conocido odontólogo barato, y según me cuentan, es una profesión bastante rentable, más cuando consigues clientela estable... Y si no, ¿a cuento de qué han salido sacamuelas de debajo de las piedras?).


Limpiezas, empastes, extracciones, periodoncias,... La clínica dental más próxima le provee de toda una suerte de tratamientos para dejarle la dentadura en buena forma, algo muy importante teniendo en cuenta que la longevidad en la especie humana continua a buena marcha y no es cuestión de perder los dientes a los cuarenta... ¡Con todo lo que nos queda por masticar, sería una pena!
Si a ello añadimos todos los dispositivos de embellecimiento dental, el negociazo está servido. Carillas de porcelana, implantes, blanqueamientos dentales y las clásicas ortodoncias se abren camino entre la población para cegarnos a su paso con tanto brillo y perfección. No se prive de na', los dientes ¡como una patena!


De todas formas y antes de meternos en lo literario, una crítica a los excesos dentarios... Salud y estética a veces no se dan de la mano y lo cierto es que, a veces, veo bastante aberrante eso de que te limen tus propios dientes para colocarte otros falsos. No sé la suya, pero mi dentina es mía y no hay diente postizo que la suplante, más todavía si sigue operativa y coleando. No se obnubilen por alcanzar la perfección porque muchas veces, aspecto y funcionalidad no se funden en un abrazo y a la larga cunden culpa y arrepentimiento, en mi opinión el mayor de los castigos.


Y así, entre muela y muela, llegamos al Doctor De Soto de William Steig (también padre de ¡Shrek! e Irene la valiente entre otros muchos), uno de los dentistas de ficción más afamados de la esfera "lijera", que regresa tras muchos años de ausencia a las librerías españolas de la mano de Blackie Books. Muy conocido entre los niños de habla inglesa, este ratón es capaz de colarse en la boca de un cerdo, un burro o una vaca para solucionar los problemas bacterianos que allí acontecen. El problema viene cuando ha de adentrarse en las fauces de un zorro que quiere hincarle el diente (una vez curado, claro está). ¿Qué sucederá?...


Mientras corren a su librería/biblioteca más próxima y lo averiguan, aquí unos apuntes más sobre este título... Aunque fue publicada por primera vez en 1982, la obra es atemporal y universal, algo que se puede extrapolar al resto de libros de Steig. El humor, la valentía y el ingenio son puntos fuertes de esta historia en la que nadie sale mal parado. Es curioso constatar como Steig da un giro narrativo exquisito para poner en alza valores que se alejan del victimismo y/o buenismo imperantes en nuestro tiempo para aupar la inteligencia como única vía de solución, concordia y equilibrio, pero sin alejarse mucho de lo irónico que conecta con el lector: el zorro obtiene su merecido y el Doctor De Soto es un héroe por partida doble.


Sobre el estilo y los detalles que campan por las páginas de este libro, decir que me encantan los dibujos infantiles a tiza sobre las aceras de la calle, los mecanismos con poleas que desarrolla el Doctor De Soto para poder atender a sus pacientes, el vestuario de los personajes (ese toque vintage me gusta), y la escena en la cama del matrimonio de ratones (¡tiene un aire tan neoyorquino! ¡tan peliculero!).
Igualmente les animo a disfrutar de su cortometraje de animación que podrán encontrar en esta miscelánea sobre libros infantiles y cine de animación. 
¡Hasta mañana! ¡!Que me voy al dentista a ver si me libro de una endodoncia!

miércoles, 14 de marzo de 2018

¡Bendita sea la noche!



El tardeo está de moda y con él son muchos los humanos de mediana edad (como diga “maduritos” alguno me va a sacar las corás...) que se lanzan a la calle para poder lucirse a plena luz del día. Evidentemente todo ello ha tenido sus no pocas consecuencias (clínicas de estética, gimnasios y rayos UVA aparte) y el personal está abandonando poco a poco el mundo de la noche, no sólo por sus hijos -abuelos y niñeras mediante-, sino por su propia integridad física, que también merece ciertas atenciones (y es que las resacas de tres días son bastante recias... no hay de qué extrañarse...).
Yo por el momento sigo prefiriendo la noche, esa en la que todos los gatos son pardos y si te he visto no me acuerdo. Me motiva mucho más el crepúsculo, sentarme en una terraza y ver como poco a poco se apaga el día, palidecen los colores y las lámparas se encienden despacio. La noche alberga mucho misterio, esa penumbra que te envuelve. Me encanta. Lo hace todo más alegre, también más triste. Es más quieta, más sugerente, quizá un poco lúgubre, sobre todo con la neblina del invierno, también alegre y chispeante como la del verano. La noche, la noche, siempre la noche...


Uno de los libros más nocturnos que conozco es El libro de la noche, y como estaría bien diseccionarlo (me encanta y creo que se merece más de una mirada), he aquí la mesa de autopsias. Este libro de Rotraut Susanne Berner publicado por Anaya, es lo que llamamos un boardbook de considerable tamaño (generalmente suelen ser de dimensiones más pequeñas por ser uno de esos libros en los que la búsqueda de detalles interesantes pueden constituir un acicate para los prelectores y porque les permite un acercamiento a su entorno de una manera sencilla).
Contextualizado en una serie inmejorable -les recuerdo que tiene el mismo formato, escenario y personajes que la serie de Las estaciones- hace alusión a un pequeño pueblo que, alejado del ambiente ruralizado tan común en los álbumes infantiles, prefiere ubicar esta historia en un pueblo donde el modus vivendi urbanita convive con el más campestre (¿No les recuerda a esos pequeños pueblos de Europa Central tan bien provistos de servicios? En los nuestros no contamos con estaciones de tren y grandes almacenes...), lo que origina ciertos contrastes muy útiles a la hora de introducir al lector en universos diferentes. Es así como se dan cita en la misma fiesta animales, trenes, plantas, fuegos artificiales, iglesias católicas y ortodoxas, comercios o paisajes.


En segundo lugar hay que mencionar el sinfín de personajes que desfilan ante nosotros y que, a modo de fotogramas de una secuencia cinematográfica se mueven de una a otra doble página continuando su acción. Unos dan un paseo, otros persiguen a un ladrón, otros pasean en bicicleta, otros contemplan los fuegos artificiales... Es decir, la autora recurre al recurso de lo coral para Asimismo también presta atención a lo variopinto de las sociedades occidentales caracterizándolos con diferentes indumentarias, presta atención a las razas, a la condición sexual o las diferencias generacionales. En este punto también hay que hablar de ese juego de búsqueda/seguimiento que introduce Berner sobre varios personajes. La familia de gatos, Oskar y su ganso (una pareja que más tarde, junto con otros personajes, merecerá la atención de su autora en obras monográficas), el sombrero de Susana, el bolso de Gabriela o el mapache son protagonistas que añaden más interacción si cabe a una lectura gráfica tan enriquecedora.


Lo que más me gusta de este libro es la gran cantidad de guiños que la autora hace a personajes y títulos de la Literatura Infantil, apuntes metaficcionales que contribuyen a ampliar y corresponder las lecturas infantiles del espectador. De entre todos destaco el retrato del protagonista de El maravilloso viaje de Nils Holgërson a través de Suecia de Selma Lagerlöff (fíjense en uno de los cuadros que decoran las habitaciones del primer piso de la primera doble página) y los libros que aparecen en toda la obra. Aunque son pequeñitos he podido vislumbrar algunos (¡Si me ayudan a encontrar más títulos les estaré muy agradecido!) como ¡Buenas noches! de su serie Miguel, el Por la noche de Wolf Erlbruch (ambos están sobre las estanterías de la biblioteca), el Buenas noches, gorila de Peggy Rathmann y el que aquí destripamos (en el escaparate de la librería).


Por último dar un aplauso a la exposición de ilustraciones de algunas obras LIJ que Berner ha organizado sobre las paredes del último piso del centro cultural donde podemos encontrar imágenes de La hija del Gruffalo de Axel Scheffler, otra de El nuevo Pinocho de Nikolaus Heidelbach, de Donde viven los monstruos y La cocina de noche ambas de Maurice Sendak, y una última de Quint Buccholz de su obra Duerme bien, pequeño oso.
En definitiva, que si no se percatan de que este libro es la bomba, les recomiendo que se vayan a dormir... que es de noche.