lunes, 6 de marzo de 2017

Aprendiendo de los alumnos


No les miento si les digo que mi grupo de 3º B, a pesar de ser más gandules que el suelo, me tienen loco de contento. Aunque montan el circo con más asiduidad de la que me gustaría (¡Todo el día enredando!), lo cierto es que me suelen prestar atención cuando les explico más en profundidad o les cuento algún ejemplo sobre lo que estamos estudiando. Vamos, que están vivos y eso se agradece.


Miren. Les cuento... Adrián se lo pasa en grande (todo el día con la sonrisa en la boca). La Sara, tan madura ella, sigue deslenguada. Joaquín y José Manuel (el grande) entretenidos con cualquier cosa mientras José Manuel (el chico), en la distancia, también se une a la fiesta (menos en su cuaderno, está en otro sitio). Andrés más feliz que una perdiz, con sus canciones, sus disquisiciones y sus cosas variopintas. Ladrón de Guevara (un apellido con empaque, mire usté) intenta ponerse serio pero no puede. Maricarmen y la Minerva siguen de mesa camilla ¡Qué par de cacatuas!... ¡Viva! ¡Darlin y sus garabatos se han despertado! ¿Algún día Javi y Marisol me contarán que ocurre en ese planeta que habitan? “¡Nacho! ¡El gorro fuera!” Virginia y sus manías higiénicas me dejan con la boca abierta, y Cecilia y Lidia siguen el hilo muy calladitas, ni pío dicen con tal de no pecar (¡Menos mal que alguien estudia en esta parva!). Alberto y los Jesuses, bastante tranquilos, sueltan alguna perla de vez en cuando. Claudia resignada y Juanfran sentando cátedra. Hasta Donate, ha dejado sus temores a un lado, ¡y se va a arrancar por bulerías con esto de la lectura en voz alta!... Esperemos que algún día les dé por estudiar...


Con tanto jaleo me acabo de acordar de Pájaros en la cabeza un álbum de Rocío Araya. Este libro con dos vidas, una, la que nació desde la autoedición y el crowdfunding, y la segunda, la que le dio hace poco la editorial Litera a modo de resurrección, no tiene desperdicio. Con la serie de cambios acometidos por la propia autora, una artista con un estilo muy libre que descansa en el collage, el trazo fresco y el contraste entre el blanco degradado y las manchas de color, más todavía.


Pájaros en la cabeza es uno de esos libros que todo maestro debería leer (tomen nota para los futuros regalos y peloteos varios), no sólo para hacer un poco de autocrítica, sino porque en él, desde la modestia, se recoge la quintaesencia de cualquier libro para niños de calidad. Por un lado nos habla de lo subversivo, de ese espacio en el que el niño se siente libre y se enfrenta al orden establecido por el mundo adulto, poniendo en duda sus preceptos. Por otro, se relaciona con un lugar próximo al pequeño lector, la escuela. El colegio es uno de esos sitios donde puede pasar de todo, donde los niños invierten su tiempo, aprendiendo, jugando, interaccionando con otros iguales. Es el mejor rincón para desarrollar la acción. En último lugar cabe apuntar que, en esta historia, la protagonista lleva a gala eso de imaginar, de buscar lo poético en lo cotidiano, de hurgar en la fantasía para encontrar las respuestas a lo que le rodea, de soñar, soñar mucho.


En fin, que yo no sé si estos pupilos míos aprenderán algo de biología, pero al menos y como ocurre al final de este libro-álbum, nos entendemos y aprendemos los unos de los otros, que al fin y al cabo es de lo que trata la vida.


2 comentarios:

miriabad dijo...

Me gusta el título de este libro.
Mucho de lo que estudiamos se olvida. Incluso diría, muchísimo. Pero lo que nos hicieron sentir, pensar y vivir nuestros mejores maestros, eso no se olvida.

Román Belmonte dijo...

Para lo bueno y para lo malo... Jejeje. ¡Un abrazo con muchos pájaros, Miriam!