viernes, 28 de noviembre de 2014

¡Sonríe!


De unos años a esta parte la risoterapia se ha convertido en una de las asignaturas indispensables en todas las asociaciones de jubilados, centros juveniles y casas de la cultura de barrios y pedanías, colegios y escuelas de toda índole, para hacer frente, no solo a la apatía y tristeza instalada en una sociedad pobre y desahuciada, sino para mejorar la salud física y mental de abuelos, nietos, suegras, amigos y vecinos.
¡Oh, la risa! ¡Bendita contracción del diafragma! ¡Saludable curvatura de los labios! ¡Y sonoro gorjeo de las cuerdas vocales! ¿Qué sería de nosotros sin la risa y sin la gente risueña?

"Pies pecigüelos
que se ría el abuelo,
piernas piernucas
que se ría la hermanuca,
manos manete,
que se ría tu papete,
brazos brazá,
que se ría tu mamá,
frente frentuela,
que se ría la abuela,
panzuela y panzón,
¡ahora me río yo!"

Darabuc (Gonzalo García Rodríguez)
"Caricia de la panzuela".
En: "44 poemas para leer con niños".
Selección de Mar Benegas.
2014. Albuixech (Valencia): Editorial Lit-era.


miércoles, 26 de noviembre de 2014

¿Cómo hice mi primer álbum ilustrado?


En cierta ocasión un sabio me hizo saber que, para opinar y ser crítico, hay que meterse en harina, es decir, pasar de ser un mero espectador a formar parte de manera activa de la disciplina objeto de las valoraciones… Sí, no le demos más vueltas: les hago saber que he publicado mi primer álbum ilustrado. Y he aquí la historia de este libro que, seguramente, será parecida a la de muchos otros, y por ello me aventuro a relatar el proceso creativo aquí. Ahí va la historia de Tras mi ventana.
En cierta ocasión le presenté a Enrique García-Calvo, editor de La Fragatina (¡Mil gracias!), una historia algo compleja, con bastante simbolismo y de aire constructivista (me sale la vena educativa…) que había estado madurando en mi cabeza durante algunos años. Éste la valoró positivamente y pensó que podría tener cabida en La Segallosa (“niebla” en fragatino, lengua del Alto Aragón), una colección orientada al lector infantil maduro, a adolescentes y adultos.
Después del “sí quiero” llegó el momento de decidir quién pondría imágenes a mis palabras. Por lo general son los editores quienes se encargan de esta labor teniendo en cuenta las sugerencias del autor, pero yo me emperré en elegir por mí mismo al ilustrador con el que iba a contar mi historia. Quería algo sencillo pero diferente, algo humano a la par que colorista, quería esperanza y sabor, arte a la vez que narrativa.
Busqué en bibliotecas, librerías y archivos, pero fue en el ciberespacio (esa piedra angular de la sociedad moderna) donde encontré a Katie Harnett, una joven artista que, como yo, estaba buscando la oportunidad de sacar adelante su primer título mientras terminaba sus estudios en Cambridge. Y así nos pusimos en brete. El editor le ofreció el texto y ella aceptó gustosa. Se firmaron los contratos oportunos y nos pusimos manos a la obra.
Una vez decidido el formato (no es lo mismo vertical que horizontal, cuadrado o rectangular, grande o pequeño…, ya que cada historia requiere unas dimensiones particulares), Katie se puso con los bocetos. Al principio polemizamos un poco, más que nada por las diferencias lingüísticas (mensajes a diario en inglés para consensuar ideas, contrastar opiniones y afianzar conceptos), pero una vez que interiorizamos la historia de manera conjunta, la cosa fue más rápida.



Katie entregó sus bocetos, La Fragatina puso sus pegas y yo puse las mías. Y después del grafito, vino el color y seguimos con el inglés a cuestas... La paleta de Katie está basada en una gama de medias tintas, algo que es agradable a la vista e imprime un toque evocador y mucha fuerza al mismo tiempo. Aquí les dejo un par para que opinen abiertamente de su trabajo.



Después llegó la maquetación (un trabajo estupendo) que nos dio bastante quehacer, sobre todo en lo que se refiere al equilibrado de la obra completa, la tipografía, las correcciones de última hora y la portada. De ahí pasó a la imprenta (el papel de las páginas me encanta) y por último, a la cadena de distribución que lo ha llevado a todos los puntos de venta del territorio español.
Aunque equipara un libro a un hijo es una hipérbole descriptiva, les hago saber que también se aprende mucho (bueno y malo), no sólo para destripar los pormenores del mundo de la edición, sino a nivel personal y emocional, algo que agradezco sobremanera (no sé si al cielo, a la vida o a la literatura). En definitiva, aquí está mi primer libro y en su mano, lectores, está valorarlo. Muchos me tratarán de advenedizo, osado, enterado, mientras que a otros les encantará, lo regalarán y recomendarán, pero a todos les pido que lo lean y compartan sus impresiones conmigo, que al fin y al cabo es lo que hacen con este blog. 


lunes, 24 de noviembre de 2014

Impreso en España


España tiene un sabor especial. No sólo por la tortilla de patatas, el buen jamón, o los  personajes que por aquí pululan (véanse la Duquesa de Alba o Isabel Pantoja, dos grandes del no-se-qué), sino por las buenas (y malas, que también son necesarias) empresas que ha parido este sitio a caballo entre el Mediterráneo y la vieja Europa.
Desde que la crisis se hizo patente hace unos años, hemos sido muchos los que hemos apoyado los productos “made in Spain” (mucha gente anónima, no sólo Bertín Osborne), tanto dentro, como fuera de nuestras fronteras. Desde electrodomésticos hasta productos alimenticios, pasando por los coches o el mercado textil, en España contamos con una industria inmejorable que sufrió mucho la deslocalización (muchas empresas cerraron sus fábricas y plantas de montaje en nuestro territorio para abrir otras en países como China, donde los sueldos eran paupérrimos y los costes infinitamente menores) por la que ahora nos vemos lastrados (y peor que nos veremos a tenor de la falta de inversión privada y pública).
Aunque no lo creamos, esto también se ha hecho notar en el mundo editorial, mucho más todavía en el mundo del libro infantil, concretamente en el del álbum ilustrado, un tipo de producto bastante caro (tapa dura y a todo color), que ha pasado a imprimirse regularmente en China y ha dejado de lado a las imprentas patrias, un sector que está viviendo momentos dramáticos a pesar de estar considerado uno de los mejores del mundo (no olvidemos que nuestras artes gráficas tienen solera, tradición, pata negra y ¡olé!).



Siento tristeza al constatar en los créditos que las grandes editoriales del libro infantil prefieren encargar sus pedidos al gigante asiático y esperar durante meses la mercancía en buques mercantes, mientras muchos negocios familiares de la tinta y el papel que están a la vuelta de la esquina han echado el cierre durante estos años por la escasez de trabajo. Una verdadera pena.
Entiendo que el empresario ha de tener en cuenta el balance de costes y ganancias en su negocio, pero a ello hay que añadir que, muchas veces no es tanta esa diferencia y, con una adecuada gestión y buenos acuerdos, podemos repercutir de manera positiva en nuestra economía y sociedad aportando un poco más de voluntad (fíjense en alemanes e ingleses, unos que blindan sobremanera sus negocios al intrusismo extranjero de manera que todo redunde en ellos).
Por todo ello, abogo por el álbum ilustrado impreso y encolado en España, y aplaudo desde aquí a todas las editoriales (grandes o pequeñas) que han tomado la decisión más que acertada de apostar por las imprentas de nuestro país y dar trabajo de manera indirecta a impresores y operarios.



Y cómo ejemplo de álbum ilustrado completamente español, les traigo El patio de doña Amelia, con texto de Arturo Abad (andaluz), ilustraciones de Leire Salaberria (vasca), editado por Alba Editorial (catalana) e impreso en Barcelona, que nos cuenta la historia del dios Ramón y la señora Amelia que, a base del vuelo de los pájaros y una pinza para tender la ropa, aprenden que la casualidad y los vecinos traen agradables sorpresas.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Citas otoñales con la Literatura Infantil


Mientras las hojas siguen cayendo y el olor a castañas asadas se abre camino entre las calles de la ciudad, me permito la libertad de proponerles una serie de actividades para que den vida a algunos espacios “lijeros” durante las oscuras tardes que trae esta época del año (¿por qué me gustará tanto el otoño?)


La primera propuesta es para que continúen acudiendo a los llamados Diálogos de lectura (edición otoño 2014) que coordina Kepa Osoro desde la Casa del Lector-FGSR (Matadero-Madrid), de los cuales todavía nos quedan dos citas. La primera lleva por título Contra los tópicos de la lectura. A propósito del placer de leer y la transmisión de valores, que será impartida por Juan Mata (inscripciones hasta el 28 de noviembre), y la segunda se llama El arte de contar cuentos: con-jugar palabras, imágenes y gestos, y está coordinada por Teresa Corchete (inscripciones hasta el 5 de diciembre de 2014).


La siguiente de mis sugerencias es el taller A la búsqueda de las grandeshistorias que seducen al lector de álbumes ilustrados, que impartirá Carmen Palomo (Doctora en Literatura y asesora de la editorial Milrazones) durante los días 17,18 y 19 de diciembre en ilustraLAB (Madrid) y que intentará dar respuesta a uno de los mayores retos de un ilustrador: idear o encontrar una gran historia para ilustrarla, ya que, muchas veces, la calidad y la originalidad de las ilustraciones no sustentan por sí mismas un álbum si no actúan de manera simbiótica con unos contenidos narrativos o líricos potentes.


Y la última recomendación es no perderse la exposición Madama Butterfly byBenjamin Lacombe que tendrá lugar en el Museo ABC de Ilustración (Madrid) desde el 21 de noviembre de este año hasta el 1 de marzo del próximo, y donde se podrán contemplar los originales que este fantástico ilustrador ha creado para su versión de del amor frustrado entre una geisha y un joven oficial estadounidense, reinterpretando así la ópera de Puccini, basada en parte en el cuento de John Luther Long (1898) y en la novela Madame Chrysanthème (1887) de Pierre Loti. Benjamin Lacombe nos ofrece una visión  dramática con deslumbrantes imágenes realizadas a lápiz, acuarela, gouache y técnicas digitales que nos trasladan a un Japón ya desaparecido. 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Y si fueses un libro, ¿cómo serías?


Seguro que muchos de ustedes se habrán aventurado a realizar alguno de esos test que corren por Facebook® (red social con la que estoy muy enfadado…) para saber con qué personaje de cuento corresponde su personalidad (yo soy el gato con botas, ¡ja, ja, ja!..., algo que no me disgusta), pero seguramente pocos de ustedes habrán invertido un poco de su tiempo en meditar sobre qué libro elegirían en caso de convertirse en uno de ellos.
Si yo fuese un libro, sería un libro mediano, ni muy grande, ni muy pequeño. Prefiero los libros que te caben en la mano pues hay muchos que son inmanejables y otros que se pierden en el fondo de los estantes.
Sobre el grosor me gustaría no sobrepasar las doscientas páginas... Aunque a muchos lectores les encanten los libros extensos, esos que no se terminan nunca (¡qué egoístas son algunos!), yo prefiero aquellos de mediana duración, aquellos en los que las páginas se vayan pasando poco a poco, con cadencia perfecta. ¡Eso sí!, como mínimo, tendría las treinta y dos páginas de un álbum ilustrado (que para eso es mi género favorito).


Me encantaría tener letra grande pero no en exceso (será porque ando un poco cegato y me gusta no esforzar la vista demasiado), a la par que legible (¡Algunos cometen verdaderos crímenes contra los libros eligiendo tipografías horrendas!). También sería de tapa dura (aunque aviso de que la tapa blanda es más práctica para llevar el libro en el metro, guardarlo en el bolsillo del abrigo y apuntar el número de teléfono de la camarera, siempre he creído en la distinción y clase de un buen cartoné), con una bonita ilustración en la portada. De colores suaves, pero nunca ñoños; que diga mucho de lo que hay dentro de mí, pero sin demasiados detalles.


No sé si me gustaría contar una bella historia de amor o si coleccionaría vocablos extraños. Si sería mejor contener mucha intriga o dedicarme a largas epopeyas. Si dejar a hablar a los viejos o dedicarme a los niños…. ¡Vaya lío de decisión!... Mientras barajo todas las posibilidades y acuerdo un final conmigo mismo, les dejo con Si yo fuese un libro, una idea de José Jorge Letria y André Letria (el mismo tándem de hermanos que han parido obras como Mar, editorial Ekaré, o las fragatinas Estrambólicos y Caras) y publicada en castellano por la editorial Juventud, que les puede abrir la mente al tan extraño pero fácil mundo de los libros.


lunes, 17 de noviembre de 2014

Clásicos ilustrados, ¿acierto o error?


Desde un tiempo a esta parte se ha puesto muy de moda entre las editoriales (no sólo en las del ramo, sino en otras muchas que trabajan la literatura de manera general) el reeditar los clásicos con una visión renovada, no sólo refiriéndose a la traducción, la tipografía y el formato, sino también a la imagen, una que, además del mundo de la ropa, la decoración o los perfumes, también está revolucionando el de los libros.  
La primera vez que pensé acerca de las consideraciones que recojo hoy aquí fue con el Robinson Crusoe que ilustró Ajubel (cuyo trabajo me encanta, he de apuntar) allá por el año 2009 y que fue editado por Media Vaca. Aunque largamente premiado y muchas veces reseñado por críticos y blogueros, esta versión de una de mis novelas de infancia me supo amarga. 
Yo recordaba la historia de Defoe como una mirada llena de grandes descubrimientos y pequeños detalles, pero cuando abrí este libro, algo en mi interior pareció desvanecerse. Nada tenía que ver con mis recuerdos, con las palabras leídas, las imágenes que había construido mi mente eran otras menos coloristas y más realistas, eran diametralmente opuestas. Fue entonces cuando, tras haber loado las bonanzas de la ilustración como inmejorable compañera de viaje de un texto, me dio por pensar que no siempre debía ser así.


Por lo general, una novela (más todavía si es clásica), es arte, literatura, tiene identidad propia. De esta forma la magia de la palabra, penetra en el intelecto para crear una comunión verbal y no verbal en la que intervienen la imaginación y un sinfín de regiones cerebrales más. Cada una de sus lecturas origina un discurso único e intransferible, es decir, cada lector la lee de una forma propia que, la mayor parte de las veces, no se puede extrapolar a otro lector. Entonces, ¿por qué, además de escritor, palabra y lector, hemos de añadir al ilustrador en esta relación?
Si bien es cierto que a las ilustraciones de este tipo de novela se les otorga un valor extrínseco (potencia la venta del producto, lo hace más atractivo y da visibilidad al trabajo de geniales artistas), no hay duda que también lo tienen intrínseco pues ofrecen una nueva perspectiva, enriquecen la mirada y poseen su propio discurso (son otra forma de arte, ¿recuerdan?). Es decir, con un solo producto ofrecemos dos entidades discursivas, dos artefactos culturales que invitan a pensar. Entonces añado otro par de preguntas: ¿Debe existir un vínculo entre texto e ilustraciones en el caso de una novela ilustrada? ¿Se deben leer de manera conjunta?


Para otra consideración sobre este tema, les sugiero echar un ojo a dos ediciones de Moby Dick (Hermann Melville) con diferente tipo de ilustración. Por un lado tenemos la recién editada por Sexto Piso con ilustraciones de Gabriel Pacheco (2014), por otro la editada por Anaya con ilustraciones de Judit Morales y Adrià Gòdia (2003). Aunque las dos son impecables podríamos decir que una es más lúgubre y la otra más luminosa, en una se realza el espíritu aventurero, mientras que en otra el camino tortuoso de la venganza, una es transparente, la otra reflexiva, una muestra y la otra se presta a la interpretación. Seguramente la primera está encaminada al lector juvenil y la segunda al adulto pensador. 
De regalo dos preguntas: ¿Qué sucedería si el adulto leyera la primera y viceversa? ¿Influye el estilo del ilustrador en la impresión final de la lectura?


En el caso de obras clásicas infantiles hay que desviar la mirada hacia la gran pantalla, por ejemplo hacia las adaptaciones animadas de los cuentos clásicos que Disney u otras productoras han llevado y llevarán al celuloide, y de las que tanto hablamos los monstruos en post como este.
Tras visionar estas versiones, el infante, el pequeño lector, no sabe identificar los personajes fuera del contexto del dibujo animado, sino que su subconsciente queda impregnado de numerosas preconcepciones que lo alejan de la obra original, concebida inicialmente para ser leída o escuchada, nunca para ser vista (hay muchos estudios y libros que, como Siete llaves para valorar las historias infantiles hablan de este fenómeno).


Como pequeño experimento les recomiendo comparar varias ediciones de Alicia en el País de las Maravillas. Empiecen leyendo la original (editorial Anaya), sigan con la ilustrada por Arthur Rackham (si no la encuentran, vean algo por internet), la ilustrada por Rebecca Dautremer (editorial Edelvives), la ilustrada por Robert Ingpen (editorial Blume), y terminen con las versiones cinematográficas que Disney o Tim Burton hicieron de este clásico… ¿Es la misma Alicia en todos los casos? ¿Se parece su Alicia a alguna de ellas? ¿Qué tiene su Alicia que no tengan estas?



¿Y por qué no ocurre esto en el Pequeño azul, pequeño amarillo de Lionni, El libro triste de Rosen y Blake o el Pomelo de Badescu y Chaud? Porque sencillamente fueron concebidos como álbumes ilustrados desde los inicios, es decir, el autor o los autores, idearon el producto literario como un todo, de tal manera que, texto e imagen bien engrasados, echaran a correr unidos en pro de un final conjunto: contar una misma historia. 
Por todo ello y en aras de ensalzar el valor que la palabra tiene en una obra literaria que fue creada en lenguaje verbal, yo siempre recomiendo leer el clásico en su versión original y después, cuando hayamos disfrutado de la obra, imaginado sus escenas y construido nuestro propio discurso, explorar el universo de las ediciones ilustradas. De esa manera nuestra experiencia de lectura será única y a la vez múltiple sin sentirnos abocados a otras miradas, subyugados a otras perspectivas, y condicionados por otros discursos. Porque llevándole la contra a la Alicia de Carroll: un libro sin dibujos también sirve para leer. 
 

miércoles, 12 de noviembre de 2014

De tumbas y edenes marinos


Las profundidades del océano están llenas de sensaciones que nos embargan por completo, pero son dos ellas las que más pesan sobre el resto. La tranquilidad, esa quietud infinita que nos trae gratos recuerdos y que barre el resto de pensamientos es una. La otra es el sobrecogimiento, la fuerza que entraña… Esa sensación de insignificancia que nos envuelve, la inmensidad que nos convierte en granos de arena que, onda tras onda, se dejan caer en esta o aquella playa…
La calma intranquila y la furia desatada son las que arropan a los marineros que, en la popa de su navío, ven surcada la piel y punzado su corazón por el salitre y el viento helado que visten el arpón del mar.


Seguramente sea la morada de Poseidón el más violento y desapacible lugar de nuestro planeta. Cuando la tempestad y el huracán se hacen con él, no cabe santiguarse, pre-signarse, ni encomendarse al cielo, uno que (bien se ha demostrado) queda muy lejos cuando lo necesitas, y muy cerca cuanto menos lo deseas. Solo queda luchar contra el batir de las olas, sus inmensos golpes, las corrientes que con sus tentáculos te hunden en el azul infinito… Pero de repente, bajo la superficie terrenal, esa que suele jugar con los hombres y sus vidas,  surge un soplo de equilibrio cristalino donde, inmóviles, viven un sinfín de seres tan espeluznantes como maravillosos, de formas increíbles y con diseños imposibles.


El agua marina, ese líquido material sobre el que la evolución ha construido a todos los seres vivos, se parece a una selva infinita donde los colores flotan evanescentes y se pierden tras la neblina azulada que lo rodea todo. Medusas como globos aerostáticos, peces que parecen dragones, paraísos de coral y bandadas de tortugas surcando el  húmedo material que se refleja en el cielo, son la razón por la que los aventureros se dejan llevar entre sus fauces.
Quizá esa mirada del Ahab de Melville, una completamente cegada por la venganza, por el enfrentamiento entre el hombre y un medio simbolizado por la temible ballena, se trocaría hoy día en otra, donde la curiosidad vence al orgullo, y el hedonismo se enfrenta al realismo. Creo de Manuel Marsol en su Ahab y la ballena blanca (con un estilo a lo Miquel Barceló y embarcado en la editorial Edelvives) ha sabido buscar esas impresiones, en hallar la mirada que no busque el mar como la más bella de las tumbas, sino como el más hermoso de los paraísos, que al fin y al cabo es de lo que se trata buscar a otros y encontrarse a uno mismo.


lunes, 10 de noviembre de 2014

Sobre espejismos y realidades catalanas


Ya se han terminado los días de consultas populares (con mucho civismo a la europea y más folclore a la española), pero ahora seguiremos enredando más la madeja con el juego de dimes y diretes que se ha instalado en las altas esferas de la política, a tenor de la independencia catalana. Así que, cómo no, hoy toca análisis de lo acontecido, aunque lluevan las críticas sobre mi persona (no es la primera vez...).
Lo de ayer fue de risa, no sólo porque votaban los mayores de dieciséis años (¿Desde cuándo se tiene derecho al voto antes de la mayoría de edad? ¿También les venderán cava esta navidad?) y los residentes, fueran estos alemanes o argelinos, en Cataluña, sino porque Mas ya no sabía qué decir en la tele y Rajoy se pasó la jornada escondido en su ratonera de la Moncloa siguiendo la última hora de la pantomima.
La gente como un servidor (que los hay) estamos hartos de tanta cortina de humo, no sólo porque oculta otros -por no decir montones de- problemas más serios que nos acechan en la actualidad y durante los años venideros, sino por el trasfondo del asunto… Debajo de todo esto en vez de agresiones verbales, radicalización, opresores y oprimidos (cada uno cuenta la película como la ve…), y otras muchas razones que se han esgrimido desde la dictadura de Videla, pasando por el chavismo o el holocausto judío, está la mayor de todas, conocida vulgarmente como “la pela”. Son los billetes y no otros motivos, quienes enardecen a políticos y sus posibles seguidores (me encantaría saber si han votado y qué, los presentadores de “El tiempo” en La 1, Risto Mejide, Jordi Evolé, Gerard Piqué o Jorge Javier Vázquez).
A pesar de que algunos pretendan enriquecerse y controlar el cotarro (¡pájaros manejantes!), siempre he creído que los nacionalismos paletos traen miseria e ignorancia. Cerrarse al mundo por creencias y doctrinas no es bueno ni para la mente, ni para el bolsillo, algo que muchos empresarios catalanes (N.B.: ¡Cuántas buenas y rentables empresas ha dado Cataluña a nuestra economía!) saben y se instalan en “territorios españoles fronterizos”, además de inculcar a sus hijos el castellano (un mercado de 500 millones de hispanohablantes y una lengua que el gobierno catalán intenta desterrar de la escuela pública) en colegios privados de Barcelona, Valencia o Madrid.
Y yo me pregunto: ¿Qué será lo próximo? ¿Nacionalizar empresas españolas en Cataluña? ¿Perseguir y condenar a trabajos forzados a los que están en contra de la escisión de este territorio? Me suena a chompa y tercermundismo… El tiempo nos lo dirá, pero creo que sería más útil para todos estar en un mismo barco y remar en una sola dirección, porque, si mal no recuerdo, es el estado español el que paga los sueldos de todos los funcionarios a cuenta de emitir deuda pública, algo que obvian los medios informativos de ciertos territorios donde el independentismo es el pan de cada día.
Para todo ello y sin ánimo de ofender, debemos recordar el mensaje que Mark Twain nos hace llegar a través de su Fábula del gato, el espejo y el cuadro, un relato acompañado por las ilustraciones de Carla Olivé y publicada por la editorial Gadir. Todos vemos lo que queremos ver, algo que no depende de la realidad, sino del reflejo que esta nos devuelve a instancias de nuestra misma imaginación.


viernes, 7 de noviembre de 2014

LIJ Albaceteña (III): De experiencias lectoras...


Aunque, como ya hemos visto en los anteriores post dedicados a la LIJ albaceteña, en esta ciudad podemos encontrar infinidad de libros, también necesitamos actividades, estrategias y programas institucionales que nos hagan sumergirnos en álbumes ilustrados y novelas, en cómics y libros de actividades. Es por ello que hoy les traigo algunas experiencias a las que el tiempo ha dado la razón y que creo que son bastante reseñables, tanto dentro, como fuera de nuestro término municipal.
En primer lugar he de llamar la atención sobre la Bebeteca de la BibliotecaPública del Estado. Nadie imaginaba cuando esta experiencia empezó que iba a tener una aceptación como la que ha tenido ya que hay cola de espera para inscribirse en ella. La bebeteca no es sólo un espacio para niños entre 6 meses y 3 años de edad, no. En la bebeteca participan los padres y se les dan orientaciones para desarrollar el gusto por la lectura en sus hijos, al mismo tiempo que  se familiariza al niño con la figura del libro y se leen libros sencillos acompañados de ritmos y canciones.


La segunda de las experiencias es el Programa de Cuentacuentos de la Red deBibliotecas Municipales de Albacete. Hace cerca de veinte años se inicio el programa de cuentacuentos en las bibliotecas de barrio en el que, a través de pequeñas dramatizaciones y obras de teatro se interpretaban las historia s que encerraban algunos libros y relatos. Aunque en principio se desarrollaban como actividad extraordinaria, han pasado a ser, en coordinación con los colegios y los institutos de la capital, una actividad lectiva más a realizar durante el curso.


Además de las instituciones, los apasionados por la Literatura Infantil y Juvenil también han ido desarrollando sus propias actividades para disfrutar entre ellos o para hacer disfrutar a los demás, como es el caso de Club de LecturaPomelo que se definieron a sí mismos como “adultos que disfrutamos leyendo literatura para niños”. Aunque con un periodo de ferviente actividad hace unos años, ahora se encuentra más paralizado, algo que no quita para animar a otros a que continúen con esta labor tan hedonista de los álbumes ilustrados.


Por último, una experiencia personal (de las muchas que hay) de dos bibliotecarias albaceteñas (los créditos, en el próximo capítulo de este serial) que ha quedado recogido en un material producido por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Lleva por título “Los molinos del saber popular” y, con fácil uso y agradable formato, intenta dar buena cuenta de algunos de nuestros refranes (algunos de ellos quijotescos) y, de paso, acercar las curiosidades lingüísticas a los pequeños lectores.
Y como colofón decirles que, todos estas iniciativas caen en saco roto si nadie aprovecha la oportunidad de disfrutarlas, por lo que no se lo piensen dos veces y ¡aprovéchenlas!

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Emociones varadas


Hace tiempo que ando con los ojos bien abiertos para no toparme con lo indeseable, aunque, inevitablemente y afortunadamente, me choco con ciertas personas que parece ser que se interponen en mi camino por alguna extraña aunque bienaventurada razón, algo que me sorprende sobremanera cuando me paro a pensar en mi naturaleza como ser social.
Gracias a este cruce de trayectorias he logrado constatar que la crisis que vivimos no sólo se refiere al panorama económico o político (del que hablo más de la cuenta), sino que también se resiente todo aquello que tiene  que ver con las relaciones interpersonales… La infelicidad llena la atmósfera y la desidia se hace con muchos corazones. Algunos no viven contentos con sus matrimonios y/o noviazgos, otros deciden que la familia no es una razón de peso para seguir adelante, los hay que a pesar de su belleza tienen ensombrecido el corazón con la fealdad de sus pensamientos, otros se sienten vacíos con el trabajo que la mayor parte de los parados soñarían, los de más allá sienten que la soledad derrumba sus ilusiones, otros anhelan una utopía con la que compartir sus vidas, y también hay muchos que focalizan su éxito en los resultados académicos, deportivos o personales pero que a pesar de ello no encuentran respuesta al omnipresente “por qué”.


Quizá sean los curas, los filósofos, los psicólogos, los psiquiatras o los, tan de moda, “coaches” personales, aquellos sobre los que recaiga prestar ayuda y servicios a todas estas almas de cántaro (que no son pocas, se lo advierto) que necesitan uno o varios motivos que les faciliten la tarea de vivir, dejando a un lado los quebraderos de cabeza del devenir en un mundo tan loco como el nuestro que nos pone demasiadas trabas y obstáculos.
Yo prefiero mantener mi cabeza ocupada (lo justo, que pensar también cansa) e intentar lograr las metas a corto plazo que me voy marcando. Unas veces se consiguen y otras caen en saco roto, pero nunca son en balde. Muchos preguntarán por el motivo, a los que respondo sin complejos “Por el mero hecho de trascender”. A veces vivir es tan fácil como intentar que los demás te recuerden como tú querías que lo hicieran. Quizá sea una meta absurda apelar a la memoria como mero objetivo de nuestra existencia, pero es suficiente para no dejar caer en el olvido nuestro paso por aquí, como si fuésemos fantasmas de nosotros mismos.
Aunque no lo crean (ya se que a muchos de ustedes les parezco reiterativo en mis palabras), he visto todo eso en La ballena de Benji Davies (publicada en castellano por la editorial Andana) una historia de lucha de un pequeño cetáceo varado en la costa que, gracias a la compasión y ayuda de un niño y su abuelo, logra volver al mar para no rendirse en una playa que, evidentemente, no es la suya.
Sigan el ejemplo y no queden encallados en el punto de no retorno. Siempre hay alguien dispuesto a echar una mano…



lunes, 3 de noviembre de 2014

Categorías bestiales


Aunque me empeñe en no comentar la corrupta actualidad (el otro día una inepta vestida de pegamoide me gritaba aquello de “¡Antidemócrata!”… ¡Y a mucha honra, payasa!), los políticos viven empeñados en aguarme la fiesta. Así que, esto es lo que hay: ¡A joderse! Se ha dicho…
Lo de la Operación Púnica, aunque para la mayoría es el colmo de los colmos, para mi es más de lo mismo. Los mismos homínidos con distintos collares, entre los que veo a algunos de mis alumnos (los más gandules y jetas, por supuesto) en un futuro no muy lejano en el que se llenarán los bolsillos de billetes, ladrillos y langosta, que es lo que tira en un país como este en el que las arcas públicas se vacían a ritmo de retroexcavadora.
Nuestra naturaleza (si es que no hemos sido creados por algún monstruo mitológico) es la del hacer poco y trincar mucho, así que no sé de qué se queja todo el mundo cuando cualquier concejal de urbanismo de medio pelo de un municipio insignificante ha sabido sacar tajada de tanto movimiento bancario (no pongan cara de yo-no-he-sido, que hace mucho que se cayeron del guindo).


El problema de fondo es otro: ¿Para qué tanto político, tanto aforado y tanta leche? ¿Acaso no tenemos funcionarios?  Desengañémonos, a los primeros que nos les interesa disolver autonomías, diputaciones y los tropecientos mil ayuntamientos que no sirven para nada en un país en el que la mayor parte de las autovías están hechas una castaña, es a ellos. ¿Por qué? Para vivir a cuerpo de reyes, un fin al que todos aspiran sin excepción alguna, sean estos del 15M, el 20N, el 23F, el 10N… ¡Bingo! ¡Eusebio, abre el zurrón, que ahí cabe to’!
El problema está enquistado en nosotros mismos desde tiempos inmemoriales… Todos damos con compañeros de trabajo que se prestan a organizadores de eventos para ampliar sus redes lucrativas entre hosteleros y negociantes, todos tenemos algún familiar lameculos que se zampa en cualquier evento en pro de hacerse con clientela, todos conocemos al típico vecino sindicalista que quiere meter a su hijo de camillero, recadero o chófer en cualquier institución pública.


Pero… ¿En qué categoría del Bestiario de Adrienne Barman (editado por Libros del Zorro Rojo) incluirían a esta jauría de seres hambrientos y voraces? ¿Qué jungla habitarían estas fieras que, con gran afán de supervivencia, luchan por echarse algo a la boca y, de paso, trascender a base de engaños y astucias? Sinceramente, no creo que este libro de conocimientos colorista -con cierto toque de cómic- y que pretende hacer un recorrido por toda la fauna que habita el globo de una forma original, fuese capaz de albergar a la llamada clase política española.