martes, 27 de septiembre de 2011

La otra mirada





De sobra conocido, el veranillo de San Miguel, se antoja una buena época para membrillos y otros engendros… También el periodo ideal para que un servidor vuelva a la carga, no sea que sufran de varios jamacucos, debidos, en gran parte, al síndrome de abstinencia provocado por la desconexión literaria en la que les he sumido durante los pasados meses. Déjenme ser sincero (más todavía…) mientras les digo que no les he echado de menos. Nada, ni tan siquiera un ápice… Pero no se ofusquen, por favor… En vez de “desapego”, llámenlo “desconexión”.
Les podría comentar con todo lujo de detalles mis devaneos estivales, pero dispongo de poco tiempo para las noticias de este nuevo curso que empezamos (no me reprochen nada: descarguen su ira sobre el maestro armero, que el aquí firmante es un mandao…), por lo que iré directo al grano y les desgranaré una de mis lecturas playeras que, además, se ha revelado como novedad editorial recientemente.
No es lo mismo dedicarse a la escribanía que a la escritura, dos oficios estos con mucha solera. Aunque ser escriba esté más que obsoleto y prácticamente extinguido, se me antoja una profesión de mucho talento y concentración, no apta para la mayoría de mis alumnos, auténticos ineptos en cuanto a caligrafía se refiere. En la cultura oriental, el calígrafo, el que escribe, merece el reconocimiento ajeno, un trabajo introspectivo que, rebosando intimidad, busca el interior de uno mismo, mensaje que Herman Melville, en su obra Bartleby, el escribiente, lanza al lector. Alejándose de la intrincada creación de un personajes monumental, Melville se decanta en este relato por un protagonista que, ajeno a la realidad, puede servir como espejo -o espejismo- al espectador que, con cierta extrañeza, mira casi con piedad, a los ojos de esta especie de mártir anónimo, para llegar a la conclusión de cuán grande, cuán mezquina, es la naturaleza humana.
Decir que, pese a haber sido editada en incontables ocasiones, no creo que Bartleby sea una narración apta para adolescentes en ciernes ya que, bajo esta ligera apariencia, subyace una visión adulta: la otra mirada.